Las palabras me cuestionan, porque tienen un poder subversivo.
Pueden
cambiar personas, hechos, marcar hitos importantes en la vida de los
seres humanos, de los países, de los pueblos. Pueden liberar o
encadenar. Ha sido un aprendizaje importante de nuestra especie, que nos
ha permitido en los pocos 200.000 años que hacemos uso de él,
evolucionar como no lo ha hecho ninguna especie antes. Es el instrumento
de socialización, de aprendizaje, de acuerdos y de desacuerdos. Es el
vehículo de transmisión de conocimientos privilegiado. Tienen vida
propia, producen otras palabras, y también silencios.
Ahora, las palabras viajan a la velocidad de la luz en teléfonos que
nos conectan con los extremos del mundo en tiempo real y sin cables.
Navegan por internet, provocando revoluciones. Las palabras son capaces
de renovar las mentes de las personas sin necesidad de cirugía, ni de
bisturí. El episodio de Babel en la Biblia muestra un Dios celoso de lo
que podrían lograr los humanos, cuando se ponen de acuerdo usando un
solo lenguaje. La confusión de lenguas, su diferencia es presentada como
un castigo para que no nos comuniquemos. Sin embargo la diferencia de
lenguas es una consecuencia de la diferencia de historias, de paisajes,
de la manera de ser de un pueblo. No suena igual el francés, el
castellano, el alemán, el mandarín. La diferencia se transforma en
defensa contra quien quiere oprimirnos y no conoce la lengua que
hablamos.
Por eso me ha preocupado grandemente conocer una frase de Stalin: “el
mayor monopolio del que puede disfrutar un Estado es el monopolio de
las palabras”. Pretender controlar toda la información, las palabras que
se dicen y los pensamientos que ellas expresan, porque son el andamiaje
con el que se construyen, es dar pasos atrás en todo el devenir humano.
Cuando el poder tiene miedo se encierra, aísla y ataca. Prostituye la
palabra pues la pone a su servicio, no las deja libres para que
recorran en cada ser humano el camino que libera, aprende y cuestiona. Y
que forma nuevas palabras.
La guerrilla colombiana habla de pueblo, y en nombre del pueblo,
mata, secuestra, trafica droga. Los militares asirios bombardean a
nombre de la nación, y en su defensa matan civiles, muchos de ellos
niños, arrasan ciudades y pueblos.
Otros dicen su palabra a nombre de Dios. Y en su nombre perdonan y condenan.
Por eso, cada vez valoro más a aquellos que dicen su palabra y hablan
por sí mismos. Y al decir de Julio Cortázar: “Sin la palabra no habría
historia y tampoco habría amor, seriamos como el resto de los animales,
mera sexualidad. El habla nos une como parejas, como sociedades, como
pueblos. Hablamos porque somos, pero somos porque hablamos. La
tecnología le ha dado al hombre máquinas que lavan las ropas y la
vajilla, que le devuelven el brillo y la pureza para su mejor uso. Es
hora de pensar que cada uno de nosotros tiene una máquina mental de
lavar, y que esa máquina es su inteligencia y su conciencia; con ella
podemos y debemos lavar nuestro lenguaje político de tantas adherencias
que lo debilitan. Solo así lograremos que el futuro responda a nuestra
esperanza y a nuestra acción, porque la historia es el hombre y se hace a
su imagen y a su palabra”. (El Universo)
Por: Nelsa Curbelo.
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